Para Annie

Para Annie

Escrito por Edgar Allan Poe en 1849

Traducido por Alberto Lasplaces.

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¡Gracias a Dios! la crisis, el mal ha pasado y la lánguida enfermedad ha desaparecido por fin, y la fiebre llamada «vivir» está vencida.

Tristemente, sé que estoy desposeído de mi fuerza, y no muevo un músculo mientras estoy tendido, todo a lo largo. Pero, ¿qué importa? Siento que voy mejor paulatinamente.

Y reposo tan tranquilamente, en el presente, en mi lecho, que a contemplarme se me
creería muerto, y podría estremecer al que me viera, creyéndome muerto.

Las lamentaciones y los gemidos, los suspiros y las lágrimas son apaciguadas entre tanto por esta horrible palpitación de mi corazón; ¡ah, esta horrible palpitación!

La incomodidad,—el disgusto—el cruel sufrimiento—han cesado con la fiebre que enloquecía mi cerebro, con la fiebre llamada «vivir» que consumía mi cerebro.

Y de todos los tormentos, aquel que más tortura ha cesado: el terrible tormento de la sed por la corriente oscura de una pasión maldita. He bebido de un agua que apaga toda sed.

He bebido de un agua que corre con sonido arrullador, de una fuente subterránea pero poco profunda, de una caverna que no está muy lejos, bajo tierra.

¡Ah! que no sea dicho jamás: mi cuarto está obscuro, mi lecho es estrecho; porque jamás ningún hombre durmió en lecho igual—y para dormir verdaderamente, es en un lecho como éste en el que hay que acostarse.

Mi alma tantalizada reposa dulcemente aquí, olvidando, sin recordarlas jamás, sus rosas, sus antiguas ansias de mirtos y de rosas.

Pues ahora, mientras reposa tan tranquilamente, imagina a su alrededor, una más santa fragancia de pensamientos, una fragancia de romero mezclado a pensamientos, a sabor callejero y al de los bellos y rígidos pensamientos.

Y así yace ella, dichosamente sumergida en recuerdos perennes de la constancia y de la belleza de Annie, anegada en un beso a las trenzas de Annie.

Tiernamente me abraza, apasionadamente me acaricia. Y entonces caigo dulcemente adormecido sobre su seno, profundamente adormido del cielo de su seno.

Y así reposo tan tranquilamente en mi lecho—conociendo su amor—que me creeis muerto. Y así reposo, tan serenamente en mi lecho,—con su amor en mi corazón,—que me creéis muerto, que os estremecéis al verme, creyéndome muerto.

Pero mi corazón es más brillante que todas las estrellas del cielo, porque brilla para Annie, abrasado por la luz del amor de mi Annie, por el recuerdo de los bellos ojos luminosos de mi Annie….

Final

El origen de este poema es:
Poemas con un prólogo de Rubén Darío, Editor: Claudio García Sarandi, 441 1919 Peña Hnos.—Imp.